Sobre mí: Autobibliografía

¡Hola! Soy Irene, las yemas de los dedos que están detrás de este blog. Como te imaginarás, me encanta leer. Mi padre me enseñó a leer algunas palabras antes de cumplir tres años y a partir de ahí no recuerdo una época de mi vida que no haya estado marcada por los libros.




Gracias al buen gusto de mis padres, de pequeña siempre estuve rodeada de libros fantásticos. El primer libro que recuerdo haber leído por mi cuenta fue Canciones Tontas. De mis lecturas infantiles, algunas siguen siendo mis favoritas hoy en día: Donde viven los monstruos, el tragasueños, la historia de Peter Rabit, Amelia Bedelia, Querida Mili... La maravillosa medicina de Jorge fue el libro que me impulsó a leer novelas más largas y menos ilustradas. Y ahí comenzó mi pasión por las historias de Roald Dahl.

En mi primera juventud me gustaba leer libros recomendados para edades mayores a la mía. Se empezaron a ver los frutos del colegio inglés en el que estudiaba y en esta época leí mis primeros libros completamente en inglés. Entre mis lecturas destacadas, a parte de la obra casi completa de Roald Dahl, entraban: El secreto del andén 13, Gracias a Winn-Dixie, El pequeño caballo blanco, Manolito Gafotas y El valle de los lobos. Un día, en el último cuarto de hora de clase, nuestra profesora empezó a leernos un nuevo libro que acababa de salir en Inglaterra y estaba siendo un éxito. Tenía el llamativo nombre de Harry Potter y la piedra filosofal.

Harry Potter me hizo atreverme con los libros de todos los tamaños. Además tenía una conexión especial con ese libro: En mi colegio también teníamos cuatro casas (yo pertenecía a la azul = Ravenclaw) y mi edad siempre coincidía con la de Harry. No sólo empecé la saga de Harry Potter en mi preadolescencia, también me atreví con la trilogía de Águila y Jaguar y los fantásticos libros de la brújula dorada. Acaricié los clásicos leyendo mis primeros relatos de Edgar Allan Poe e, interesada por los libros de terror, también coleccioné innumerables libros de Pesadillas. Incluso empecé a leer manga. Cuando tenía catorce años, en clase de inglés, la profesora comenzó a repartirnos unos libritos rojos que estaban claramente usados. Recuerdo mi decepción al leer el título en la portada: Macbeth. Ya que íbamos a empezar a leer a Shakespeare, al menos podían habernos mandado Hamlet, que es más famoso. Leerlo en inglés era una tarea dificilísima, ocupamos clases enteras a leer y explicar paso por paso el libro entero. Cuando por fin terminamos, después de un trabajo titánico equiparable a un parto, me dí cuenta de que me había enamorado de ese libro para siempre.



Si bien desde Harry Potter podía leer libros de todos los tamaños, desde Macbeth empecé a leer clásicos de toda índole: Romeo y Julieta, Bodas de sangre, Sherlock Holmes, Oscar Wilde, lo que me quedaba de Poe, todo lo que caía en mis manos de Herman Hesse y alguna tragedia griega. También leía los libros que estaban de moda en ese momento: La guerra de las brujas, las novelas de Georgia Nicolson que me han hecho reírme a carcajadas en sitios públicos, Crepúsculo... El último libro que recuerdo haber leído en el instituto fue La Metamorfosis de Kafka que nos mandó leer nuestro profesor de filosofía. Me enseñó que los libros no sólo son de aventuras, sino que pueden tratar de cosas que ocurren dentro de uno mismo.

Kafka me abrió la oscura puerta de la introspección y a Herman Hesse. A la vez que empezaba la carrera, me centré en libros con mucha profundidad psicológica como Historias del subsuelo, Demian, corazón de tinieblas, los renglones torcidos de Dios... Alternaba esto, claro, con los libros que tenía que leer para las clases, siendo El otoño de la edad media, Autobiografía de Alice B. Toklas y La epopeya de Gilgamesh algunos de mis favoritos. En mis clases de literatura redescubrí el gusto por la literatura española, disfrutando otra vez de los poemas de Lorca, El tragaluz y Don Juan Tenorio entre otros. Descubri que con los clásicos casi siempre acertaba y empecé a olvidarme de la literatura más masificada, con alguna friki excepción como Juego de Tronos. Una mágica clase en literatura contemporánea, el profesor consiguió que más de media clase se pusiera a llorar. Parte de esa clase fue el sobrecogedor poema Donde habita el olvido. Me hizo interesarme por las propias palabras y por lo bonitos que estaban escritos ciertos libros.

Al terminar la carrera me sumí en la depresión ni-ni. Y, por si fuera poco, me atropelló un coche. Afortunadamente hoy estoy aquí prácticamente ilesa. Pero el incidente, a parte del impacto negativo que lógicamente tuvo, me quitó las ganas de leer libros oscuros y profundos. Ahora me apetecía leer cosas más frescas y dinámicas y, aunque no estaba preparada para dejar de leer solamente clásicos, me animé con temas que se alejaban de mi zona de confort. Aquí leí El gran Gatsby, La importancia de llamarse Ernesto, La edad de la inocencia y retomar Sherlock Holmes. Recientemente leí Jane Eyre, un libro que ha dado un par de pinceladas para perfilar mi carácter. Me ha dado más confianza en mí misma y, desde que lo leí, me atrevo con todo: libros de niños, libros clásicos, best sellers, libros exóticos, libros de filosofía...







Esta ha sido mi vida en libros hasta hoy, pero estoy segura de que nuevos libros me enseñarán cosas nuevas, perfilarán mi forma de ser, cambiarán mi manera de pensar, y, sobre todo, trastocarán mi forma de leer.